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Libros

Dublín en Málaga

Dublín en Málaga

Existen unos cuantos ejemplos muy hermosos de relaciones amorosas entre libros y ciudades. Cuando la literatura no entronca solamente con las emociones de lectores convencidos que pueden ser tomados así, individualmente, contados de uno en uno, sino que se convierte en un asunto colectivo, y sin pudor invade calles, balcones, instituciones, aulas, emisoras, escenarios o bares, se descubre hasta qué punto las palabras que alguna vez escribió alguien, en algún lugar y según ciertas circunstancias, pueden llegar a hacerse costumbre y esencia, fibra muscular, médula espinal que nos ayude a caminar y a movernos en un espacio que identificamos culturalmente como propio.

Muchas villas cervantinas (Vélez-Málaga pongo por ejemplo, que es el caso que yo siento más cercano geográfica y sentimentalmente, pese a cambiarnos de un plumazo – y nuca mejor dicho – La Mancha por la Axarquía) son capaces de hacer revivir a sus habitantes pasajes completos del Quijote, nuestra obra inmortal, tan paradigmática y arquetípica para toda la literatura universal, a través de dramatizaciones, diálogos ejemplarizantes, rutas didácticas guiadas y fiestas en las calles, que se engalanan y rotulan a tal efecto; en Madrid he compartido la efervescencia y la admiración valleinclanesca que despierta el recorrido bohemio propuesto cada año con “La Noche de Max Estrella”, en recuerdo de las desventuras del inolvidable personaje protagonista del esperpento “Luces de Bohemia”; en Salamanca pude disfrutar con la recreación dramática que un actor y una actriz hicieron en “El Jardín de Calisto y Melibea”, revisitando otro clásico de nuestra literatura: La Celestina; en Santiago de Compostela fui abducido por una sorprendente Rosalía de Castro, orgulloso estandarte del Romanticismo en el corazón de las letras gallegas.

Me salgo en este párrafo de los límites de la historia literaria española para luego regresar de nuevo aquí, a un lugar emblemático de nuestra querida ciudad de Málaga. El seguimiento a nivel mundial de la celebración en Dublín del llamado “Bloomsday” nos lleva a fijar la atención en la novela “Ulises”, del irlandés James Joyce, una obra que concita por igual legiones de rendidos admiradores y de activos detractores. Las andanzas por Dublín de Leopold Bloom en aquel 16 de junio de 1904 son replicadas fervorosamente con riqueza de ambientación, lenguaje, dieta y ruta en Dublín principalmente, pero también en otras ciudades de diferentes continentes, y como la colonia irlandesa en Málaga alcanza ya un nivel de implantación e identificación notable, hace ahora cinco años me impliqué personalmente en la organización del Bloomsday malagueño, junto con el gestor cultural Raphael Smyth y la participación de empresas y entidades colaboradoras, como la UMA. Nos gusta combinar extractos de lectura expresiva en varios idiomas con sorpresas musicales y gastronómicas. A mediados de junio ya  es tiempo de sardinas asadas y cerveza fría, y no sé qué tal nos iría acompañando un espeto con una pinta de Guinness, pero desde luego el vino de Málaga y las pasas – que son mencionadas expresamente al principio del capítulo 8 – volverán a tener presencia en nuestra celebración, lo mismo que las otras comidas con protagonismo en la novela: los sándwiches con queso de gorgonzola y los famosos riñones de cordero a la plancha ( me permito este paréntesis para pedir que si hay lectores interesados en asistir como espectadores a la próxima edición – en el Balneario de Los Baños del Carmen, el domingo 16 de junio de 2024, a partir de las 11:30 h -, pueden escribir un wasap al número 667 449 387 para contactar con Raphael).

Desde el principio, la estructura del Balneario se ha transmutado, año tras año, en la torre fortificada de Martello, y las aguas mediterráneas de la bahía malagueña nos han transportado a las aguas atlánticas de la playa de Sandycove frente a Dublín, donde comienza el capitulo 1 del “Ulises”. Como señaló el hispanista Ian Gibson en un artículo en “El País” (14.5.2002), ya “Salvador de Madariaga opinaba que los irlandeses son celtas cuyos antepasados procedían de la península ibérica y que, en vez de quedarse donde tan ricamente estaban, cometieron el error de aventurarse más por el norte”. Esta misma afinidad también fue señalada por el poeta Álvaro García en su artículo “Irlanda en Málaga” (El Mundo, 16.3.2016) cuando dejó escrito que “andaluces e irlandeses se parecen en el amor a la tierra, vinculación telúrica agradecida con lo que nos tiene en pie, y el vuelo del espíritu”.

Pues eso, que una vez más, el espíritu seguirá volando entre líneas y acordes, y habrá momento para desayunos, bromas, ironías y misteriosos flujos de conciencia que mezclen en gozoso desorden referencias a las costumbres, las instituciones, el sexo, la comida…, desde la desorientación de Stephen Dedalus a la humillación de Leopold Bloom, los dos personajes centrales que unieron sus pasos en el tramo final de aquel otro 16 de junio, y por espacio de unos dos horas será como tener a Dublín en Málaga, allí mismo, en los Baños del Carmen, a orillas del Mediterráneo.

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Carlos Pérez Torres (Málaga, 1958) es escritor y educador. Licenciado en Filología inglesa, ha trabajado muchos años dando clases de Literatura en institutos de Málaga y su provincia. Entre sus obras narrativas destacan títulos como «Nico y Aurora» (2008), «Relatos del impostor» (2016), “Círculos concéntricos” (2018), «Notas al margen» (2022) y «Mala conciencia» (2023). En poesía, entre otros libros, ha publicado «Temblor» (2000), «Razón de convivencia» (2006), o «Antología privada» (2019), y prepara actualmente «Horas de insomnio». También es articulista y autor de novelas de infantil/juvenil.

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