El Sol naciente hace brillar de nuevo a la obra de Ginés Serrán-Pagán

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Un artista se enamora del lugar que ahora pisa. Se trata de una pequeña aldea de pescadores, en torno al japonés río Uchikawa. El aludido es español, hijo de malagueño y, por entonces, reside en la siempre vitalista ciudad de Nueva York. Corría el año 1990. Ginés Serrán, nuestro protagonista malagueño, acababa de participar en una exposición en el Museo de la ciudad de Kanazawa.

Su agente en Tokio y unos amigos, entre ellos el profesor de arte de la Universidad de dicha ciudad, el escultor Kyoshi Takahashi, le invitaron a viajar en coche por los pueblos de la bonita bahía de Noto Hanto y fue allí cuando, al cruzar un puente sobre las aguas del río Uchikawa, en Shimminato (en el estado de Toyama) el artista se enamoró del enclave que le rodeaba. Aquello parecía una pequeña Venecia. El río se convertía en pequeños canales donde atracaban una tras otra las barcas de los pescadores.

Ante el asombro de sus acompañantes, Ginés pidió a sus compañeros de viaje que parasen el coche, que le ayudaran a buscar una casa y que él se quedaba allí. Y así fue. A pesar de que después de la exposición en Kanazawa, Ginés tenía previsto regresar a Nueva York, el artista no dudó y se quedó en aquella pequeña aldea de pescadores. Él dice que fue “love at first sight” (amor a primera vista). Así, le encontraron una casa junto al agua, la alquiló, y allí se quedó a vivir. Posteriormente, decidió tocar la puerta de cada uno de sus vecinos, dejándoles una nota que decía, simplemente: “Soy un artista español. Vivo en Nueva York, me gusta mucho este lugar y voy a quedarme aquí una temporada creando arte”.

Lo cierto es que el agente de Ginés Serrán en Tokyo había sido claro al respecto y le había advertido que sería muy difícil para un extranjero convivir en una comunidad de pescadores japoneses. Es algo que, a buen seguro, no había ocurrido antes y, además, la dificultad para comunicarse sería determinante, le decía. Y es que Ginés no conocía el idioma japonés. Doble dificultad. Pese a ello, su amor por el lugar superaba cualquier tipo de obstáculo.

Sorprendentemente para él, al día siguiente de tocar la puerta de sus vecinos y entregar aquella nota con su nombre, su casa se llenó de regalos. Los pescadores fueron a verle y le llevaron botellas de sake, pescados, cajas de cerveza, dulces…

A sabiendas de que estaba solo, las señoras de la zona iban a ayudarle con la limpieza de su casa, e incluso a cocinarle. Ginés, que ya había expuesto en el Museo Guggenheim de Nueva York, en galerías de los Estados Unidos, Mexico, España, Suiza, Cuba, la India, entre otros países, estaba tan cautivado y maravillado por aquella gente sencilla, auténtica y pura, que pasó semanas y meses simplemente conviviendo con ellos, sin pintar. Por entonces, escribió en su diario: “Todos los días recibo regalos. Nunca vi a gente tan generosa”.

Fue un periodista que había oído hablar de que un artista extranjero estaba viviendo con los pescadores de Uchikawa el que un día llegó a su casa y le dijo que si se podía quedar con él unos días para escribir un reportaje sobre sus vivencias.

Poco después, publicaría un artículo en la prensa nacional donde decía que en los días que había vivido con Ginés no lo había visto pintar ni una sola vez, que pasaba el tiempo con los pescadores, por la noche se iba en las barcas a recoger las redes con ellos, que los acompañaba al mercado a vender los pescados, que se iba a los bares a cantar karaoke …, pero que no pintaba. Añadía, además sobre Ginés en su artículo, que se trataba de una persona única, que trataba de adaptarse y aprender de la profunda cultura tradicional del Japón y que, a buen seguro, algún día sus obras de arte expresarían el sentimiento, los colores, y el alma de aquellos pescadores que representaban la auténtica riqueza cultural del país.

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