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viernes, diciembre 6, 2024

Sintonizar la vida

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Carlos Pérez Torres
Carlos Pérez Torres
Carlos Pérez Torres (Málaga, 1958) es escritor y educador. Licenciado en Filología inglesa, ha trabajado muchos años dando clases de Literatura en institutos de Málaga y su provincia. Entre sus obras narrativas destacan títulos como «Nico y Aurora» (2008), «Relatos del impostor» (2016), “Círculos concéntricos” (2018), «Notas al margen» (2022) y «Mala conciencia» (2023). En poesía, entre otros libros, ha publicado «Temblor» (2000), «Razón de convivencia» (2006), o «Antología privada» (2019), y prepara actualmente «Horas de insomnio». También es articulista y autor de novelas de infantil/juvenil.

El martes pasado se celebró el Día de la Radio, y la efeméride se ha amplificado en esta ocasión mucho más que de costumbre por la feliz coincidencia de que el medio cumple estos días sus primeros cien años de existencia. Desde aquella primera emisión de la Sociedad Española de Radiodifusión (la Cadena SER, que fue la pionera), ha transcurrido un siglo de evolución y continua adaptación para conseguir atraer hasta las ondas a los oyentes permaneciendo cerca de sus intereses, sus emociones y sus circunstancias, informándolos y entreteniéndolos, acompañándolos en su día a día, en la casa o de camino al trabajo, y cubriendo todas las franjas de la mañana, tarde, noche y madrugada. Ningún avance tecnológico ha logrado desbancar a la radio del lugar preferente que sigue ocupando para la vida de millones de ciudadanos en el mundo.

El martes pasado fue un martes 13, pero en este caso las sombras del infortunio quedaron bien lejos, porque esta celebración sirvió para recordarnos que todos tenemos la posibilidad de escuchar voces amigas en cualquier momento, y eso siempre es una suerte. Desde aquellos míticos transistores que nuestros mayores podían llevarse a la calle de paseo, o incluso al baño cuando estaban en casa, o a la cama para aligerar las noches de insomnio, hasta los dispositivos modernos que permiten almacenar reportajes, entrevistas, conciertos… en podcasts y plataformas, todo el mundo sabe manejar hoy aplicaciones que pueden convertir nuestros teléfonos móviles en improvisados receptores de radio.

En la trayectoria sentimental de cada uno de nosotros, con mayor o menor peso, las emisoras y los programas de radio siempre han tenido presencia. Yo recuerdo en mis años de universitario haber pasado por los estudios de Radio Popular, cerca de la Cruz de Humilladero, para dedicarle una canción de Al Stewart (On the border, 1977) a la chica que me gustaba entonces, y poco después recuerdo la experiencia de intervenir como oyente invitado en un programa musical en Radio Juventud, en sus estudios de la Alameda de Colón, “debutando” como locutor presentando discos, con comentarios propios, a lo largo de un programa entero (en mi caso, elegí el doble LP “The river”, Bruce Springsteen, 1980). He escrito postales respondiendo a preguntas y he ganado sorteos (recuerdo con agrado un doble CD con grandes éxitos de Gilbert O’Sullivan y una colección de DVDs de The Beatles), y he permitido que la radio me despertara, poniéndome en sintonía con la actualidad del día, justo antes de ir a trabajar al colegio o al instituto, como me sigue despertando ahora, cada mañana.

El mismísimo Joan Manuel Serrat, otro de mis héroes en la música y la poesía a lo largo de toda la vida, se puso al frente de los micrófonos de Radio Nacional de España durante tres meses en 1991 para conducir un programa diario que repasaba la cultura popular de nuestro país desde los oscuros años de la posguerra hasta las puertas de la democracia (las emisiones de “La Radio con Botas” pueden recuperarse en YouTube). Mi hermano Jorge lleva sin parar desde 1986 ganándose la vida con unos cascos puestos y una escaleta que cumplir, desde detrás de una alcachofa o desde dentro de una pecera, en diferentes emisoras con las que ha conseguido que todos en casa tuviéramos a la radio presente, interpelándonos desde lo general, sí, pero también desde lo personal.

Yo también tuve la fortuna de conducir a lo largo de todo el año 1990 un programa semanal titulado “Cine para no dormir”, con mi compañero Manolo Podadera, en una modesta emisora comarcal, Radio Pizarra, donde hacíamos crítica cinematográfica fundamentalmente, aunque ya entonces yo dejaba hueco a mis inclinaciones literarias con los microrrelatos de la sección final, a la que titulé “Última página”.

En fin, que este último martes 13 se mantuvo para mí lejos de supersticiones inútiles de todo punto, con frecuencia mal disimuladas, y me trajo, en cambio, hermosos recuerdos de toda una vida en frecuencias bien moduladas. Elijan la emisora que más les convenga, busquen las tertulias que más les interesen, localicen los magazines que mejor les informen o más les entretengan, pero contribuyan, por favor, a mantener vivo un medio que siempre actuó a modo de puente cultural y emocional, e hizo posible un periodismo cercano que ha fomentado la diversidad y ha llegado milagrosamente a todos los lugares y hogares, en grandes ciudades, pequeños pueblos y hasta en rincones casi inaccesibles. Brindemos juntos por la salud de la radio y sigamos sintonizando la vida.

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