Hay personajes históricos que exigen del actor algo más que una caracterización correcta o una interpretación solvente. Son figuras cargadas de memoria, simbolismo y emoción colectiva que obligan a acercarse desde el respeto y la contención. Federico García Lorca es, sin duda, una de ellas. En La casa de Bernarda Alba, largometraje dirigido por Marta-Cora Castro, el actor Javier Cereto asume ese desafío en un papel breve pero profundamente significativo: el de un Lorca reflexivo, íntimo, encerrado en sus silencios y en el proceso de creación de su obra más emblemática.
La película propone un recorrido emocional a través de los recuerdos y las obsesiones del poeta granadino, en el momento en que decide escribir La casa de Bernarda Alba. No se trata de una recreación biográfica al uso, sino de una evocación intimista de ese instante creativo, en el que la memoria personal y la conciencia social de Lorca confluyen para dar forma a su teatro más afilado y comprometido.
En ese contexto, Javier Cereto ofrece una interpretación sutil y contenida, consciente del material que maneja. Alejado de la impostura o la caricatura, construye un Federico contenido, silencioso, que parece estar siempre a punto de desvelar un pensamiento o un dolor que no termina de verbalizarse. Su trabajo se sostiene desde la naturalidad y el respeto, evitando en todo momento los excesos y confiando en la fuerza del gesto mínimo, de la mirada perdida o de la respiración sostenida.
Cereto no pretende imitar a Lorca, sino sugerirlo, hacerlo presente sin subrayados. Una decisión acertada que conecta con la sensibilidad de la directora y con la atmósfera elegida para la película. Las escenas en las que el personaje recuerda las voces de las mujeres de su infancia —que inspiraron su obra— resultan especialmente emotivas, y el actor sabe transitar esos pasajes con una melancolía honesta, sin afectación.
Destaca también la complicidad escénica entre Cereto y Chelo Araque, quien da vida a Margarita Xirgu. Ambos actores, con evidente sintonía, logran transmitir la relación de confianza y entendimiento artístico que unió a Lorca y a su actriz fetiche. Su breve encuentro en pantalla posee autenticidad y oficio.
Más allá de su breve presencia en la película, Javier Cereto logra dejar una huella emocional que dota de sentido y profundidad al conjunto. Su interpretación permite al espectador asomarse a un Lorca más humano, vulnerable y solitario, alejado del mito petrificado y mucho más cercano a la fragilidad de quien escribe para resistir.
En una cinematografía que a menudo maltrata a las figuras históricas con aproximaciones superficiales o acartonadas, resulta valiosa la decisión de Marta-Cora Castro de abordar a Lorca desde la evocación poética y la mirada personal. Y en ese planteamiento, la interpretación de Cereto funciona como un acierto silencioso: no busca protagonismo, sino contribuir a sostener la verdad emocional de la película.
La casa de Bernarda Alba, a través de su lenguaje cinematográfico austero y su atmósfera de contención, recuerda que las historias de mujeres oprimidas, de voces acalladas y de silencios impuestos siguen vigentes. Y que, a veces, la mejor manera de hablar de los grandes nombres de la cultura es dejar que habiten la pantalla desde la sugerencia, el silencio y la memoria emocional, como bien entiende y ejecuta aquí Javier Cereto.
La Casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca
La casa de Bernarda Alba, dirigida por Marta-Cora Castro, se rodó los días 8 y 9 de marzo en Valderrubio (Granada), en los escenarios reales que inspiraron a Federico García Lorca. Inicialmente concebida como un mediometraje, el proyecto creció en postproducción al comprobarse la calidad y cantidad del material rodado, lo que llevó a convertirlo en un largometraje. Es la primera vez en la historia que esta tragedia se lleva al cine filmada en sus localizaciones originales, añadiendo una dimensión emocional y artística inédita en la filmografía lorquiana.
