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jueves, junio 26, 2025

La Envidia

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Es difícil reconocer que uno es envidioso, pero reconocerlo ya es un grado de salud, porque habla de la implicación del sujeto en lo que le pasa. La envidia es más primitiva que los celos y está en todos los seres humanos. A diferencia de los celos, donde siempre hay tres personajes en juego, en la envidia hay dos.

Envidia vs. Celos

El celoso es más social que el envidioso, ya que el celoso se siente excluido de una escena en la que le gustaría participar. El celoso desea un deseo del otro, incluirse, tampoco el otro le pertenece. El envidioso, en cambio, no desea lo que el otro consiguió, sino que sólo quiere romperlo, destruirlo. El envidioso quiere que el otro no tenga, no sea, porque pone en juego que el ser humano está en falta, no es completo, no es perfecto. Los celos y la envidia señalan esa doble carencia constitutiva, la imperfección, somos incompletos, necesitamos de otros, y por nacer de padre y madre somos mortales.

La falta y el deseo

Hay una falta fundamental en la constitución del sujeto como ser deseante: hablamos de la castración, la separación de esa madre fálica, ese ideal que nos completaba inconscientemente. Por otro lado, está la privación real: no hay objeto que nos colme. El motor de nuestra vida es el deseo, por eso aunque hallamos conseguido algo, también por otra parte va a haber una sensación de vacío, otra nueva búsqueda de satisfacción, el deseo ha de estar en movimiento, se relanza a otra cosa, otro proyecto, otro amor.

Esta doble carencia nos define como seres deseantes, incompletos y en permanente búsqueda. Por eso se puede envidiar cualquier cosa, incluso una enfermedad: cualquier cosa que ponga en juego la falta. Porque inconscientemente es difícil aceptar no ser completos ni perfectos, es como una herida al narcisismo y podemos llegar a atribuir que los otros sí (aunque es solo el brillo de una ilusión).

Manifestaciones de la envidia

La envidia puede aparecer disfrazada, a veces en actos inconscientes recubiertos de casualidad o torpeza. A menudo lo vemos por sus efectos: “no tengo capacidad para…”, “no puedo…”, “no tengo…”.

Es mal visto ser envidioso, por eso solemos rechazarlo fuertemente. Pero cuando lo negamos, actúa en nosotros con fuerza sin darnos cuenta. Algunas señales:

  • No alegrarse por el éxito de los demás.
  • Fijarse en lo que consiguen otros y uno no.
  • Restar valor a los propios logros.
  • Responder con un “pues yo más…” cuando otro cuenta algo bueno.
  • Necesitar pisar a los demás para sobresalir.

Quien envidia ve al otro como rival, en un mundo reducido a «uno u otro», no «uno más otro». No percibe el camino, los sacrificios o dificultades del otro, solo el resultado. Se envidia más a los semejantes que a los lejanos. Al ídolo se le admira; al igual, se le envidia.

Y no se trata de querer obtener lo que el otro tiene, lo que es: quiere destruirle. Le recuerda su falta. No hay cabida para la transformación, solo para el odio.

La envidia se vuelve contra uno

El envidioso dirige hacia sí mismo parte de su odio, como una serpiente que se envenena con su propio veneno. Puede destruirse sin saberlo. La crítica destructiva alivia su pesar: al denigrar al otro, se calma un poco la angustia.

Incluso uno puede envidiarse a sí mismo en distintas etapas de su vida y caer en una pulsión de destrucción. Esto está vinculado al ideal del yo, que se forma a través de identificaciones y de la imagen idealizada de uno mismo, con lo idealizado infantil.

Hasta el miedo a generar envidia puede esconder una envidia reprimida.

¿Qué hacer?

Psicoanalizarse, donde en ese proceso se pone en juego un autoconocimiento y una autotransformación, donde se puntúa la envidia, se interpreta, y se puede hacer otra cosa. Así no permitiremos que dirija la vida sin darnos cuenta, porque lo hace. La envidia influye en nuestra salud psíquica, en los conflictos sociales y también produce sufrimiento en la persona. 

Cuidado: podríamos estar bajo el influjo de la envidia. Y ésta siempre se vuelve contra uno. Ser diferente no es desigualdad: enriquece.

Si eres objeto de envidia…

El psicoanálisis también ayuda a posicionarse si somos objeto de envidia. A veces dejamos nuestra función, nos arrastramos por la envidia del otro y la que despierta en nosotros. No creas en críticas destructivas: continúa construyendo, en el amor, en el trabajo….Cuidado, porque si nos arrolla es porque hay un sentimiento inconsciente de culpa que busca castigo en nosotros, un masoquismo… que se convierte en una tendencia y en una elección del daño en nuestra vida. El psicoanálisis te ayuda a limar y transformar todo eso que te hace sufrir y caer en las redes de la envidia, también en la propia. Si te dejas afectar será más alimento aún para el envidioso. Mejor psicoanalizarse para que los sentimientos comunes no desvíen el rumbo de nuestro vivir , a no padecer de lo reprimido que cabalga en todas las personas. Hay una doblez en el ser humano, somos consciente e inconsciente. Así que no hagas saco roto de esto, construye la mejor versión de ti.

Laura López Psicóloga-Psicoanalista

www.lauralopezgarcia.com

 

 

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