Hay algo poético —y cruel— en observar una gota. Cómo se forma lentamente al borde de un grifo mal cerrado. Cómo se estira, se resiste, se aferra al metal como si quisiera ser algo más. Cómo duda. Y cómo, inevitablemente, cae.
Así es también la vida en esta sociedad. Cada uno de nosotros es una gota, suspendida. Sostenida por un sistema que se desgasta, por estructuras que gotean desigualdad, ansiedad, prisas, ruido.
Vivimos en un mundo donde el caos no estalla de golpe. No es un estallido ruidoso, no es una tormenta que se anuncia con truenos. Es una acumulación sutil. Es la reunión que te estresa, la red social que te compara, la noticia que te rompe un poco más. Es la violencia pasiva de la rutina. La expectativa de ser productivo incluso cuando estás roto. La sonrisa fingida en un entorno que glorifica el cansancio y llama “éxito” a sobrevivir agotado.
Cada pequeña presión parece inocua. Pero la gota tiene un límite.
La trayectoria de esa gota, antes de ceder al vacío, es la de millones de personas que caminan al borde: entre el “todo bien” y el colapso nervioso. Entre pagar las cuentas o comer bien. Entre responder ese mensaje de trabajo a las 10 p. m. o desconectarse y sentirse culpable. Somos gotas pendiendo de hilos invisibles, aferradas a una calma aparente mientras el caos se gesta en silencio.
Y cuando caemos, nadie parece haberlo visto venir.
Nos falta pausa. Nos falta ternura. Nos sobra rendimiento, comparación, urgencia. El caos no aparece de la nada: es consecuencia. Es acumulación. Es la suma de lo ignorado, de lo no dicho, de lo postergado por miedo a parecer “débil”.
Una sociedad sana no debería hacer que tanta gente se sienta al borde. Una vida digna no debería sentirse como una gota que inevitablemente cae.
Entonces, ¿qué hacemos? Quizá empezar por observar. Por notar el peso que llevamos. Por dejar de llamar “normal” al agotamiento, y “éxito” a vivir sin tiempo para mirar el cielo. Quizá el cambio real no sea evitar caer, sino preguntarnos por qué todos estamos al borde, todos los días.
Porque si cada gota sucumbe, no es culpa de la gota. Es el sistema el que gotea.
@María José Luque Fernández
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