A ver, seamos honestos: todos hemos estado en la oscuridad.
No esa de cuando se va la luz y buscas la linterna con el celular, sino esa otra… la que pesa. La oscuridad que se mete en el pecho, que no se ve pero se siente. Y hay varias, ¿sabés?
Está, por ejemplo, la oscuridad de la vergüenza. Esa que llega cuando sientes que hiciste algo mal, que no diste la talla, que decepcionaste. A veces ni siquiera es algo tan grande, pero igual te quieres esconder. Como si quisieras taparte con una manta invisible y no salir hasta que el mundo se olvide de ti. Spoiler: el mundo sigue, pero esa voz interna que te machaca… esa se queda un rato más.
Después está la oscuridad del aislamiento. No importa si estás rodeado de gente, hay días en que igual te sientes solo. Como si todos estuvieran hablando otro idioma y tu no tuvieras subtítulos. Es esa sensación rara de no pertenecer, de no encajar, de estar “fuera de lugar” incluso en tu propia vida.
Y, claro, no podemos dejar afuera la oscuridad de la opresión. Esa que viene de afuera, que te empuja, que te aprieta. Puede ser una persona, un sistema, una historia que te pesa encima. Esa oscuridad que no elegiste, pero que igual te toca cargar. Y es injusta, sí. Y agota, sí. Pero existe. Y a veces se disfraza de “esto es lo normal” cuando en realidad no debería serlo nunca.
Y por último, la más jodida de todas: la desesperanza. Ese vacío donde ya ni lloras porque ni siquiera esperas que algo mejore. Donde todo parece plano, sin color, sin futuro. La desesperanza es esa oscuridad silenciosa, la que se te pega en la espalda y camina con vos sin que te des cuenta.
¿Entonces qué? ¿Nos rendimos? Ni de broma.
Porque incluso en la oscuridad más densa, siempre hay una grieta. Una chispa. A veces es una palabra de alguien que te ve. A veces es una canción. A veces es tu propio grito que te recuerda que todavía estás acá. Y aunque no veas la salida, el hecho de seguir respirando ya es resistencia.
No hay fórmula mágica. Pero sí hay una certeza: la oscuridad no define quién eres. Es solo un lugar por el que pasas. No vives ahí. No te instalas. Y si alguna vez lo hiciste, puedes salir.
Y si no sabes como, pide ayuda. No es debilidad, es coraje del bueno. A veces, salir de la oscuridad empieza simplemente con decir: “oye, no estoy bien”.
Y eso, ya es un paso enorme hacia la luz.
@María José Luque Fernández
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