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viernes, diciembre 6, 2024

De viajes interiores

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Carlos Pérez Torres
Carlos Pérez Torres
Carlos Pérez Torres (Málaga, 1958) es escritor y educador. Licenciado en Filología inglesa, ha trabajado muchos años dando clases de Literatura en institutos de Málaga y su provincia. Entre sus obras narrativas destacan títulos como «Nico y Aurora» (2008), «Relatos del impostor» (2016), “Círculos concéntricos” (2018), «Notas al margen» (2022) y «Mala conciencia» (2023). En poesía, entre otros libros, ha publicado «Temblor» (2000), «Razón de convivencia» (2006), o «Antología privada» (2019), y prepara actualmente «Horas de insomnio». También es articulista y autor de novelas de infantil/juvenil.

Se habla y se escribe mucho sobre la literatura de viajes. La historia como periplo iniciático, un tobogán que te lleva de un lugar a otro, transportando al lector desde un estado de ánimo inicial a otro final. Nada que objetar si cada uno vive la experiencia con cada libro a su manera, porque en realidad el cacareado “viaje interior” es una sensación más que un trayecto, y depende, por lo tanto, de impresiones subjetivas, no de realidades físicas.

Mis experiencias recientes como miembro de un club de lectura me permiten ahondar en la idea de que el intenso viaje que un determinado libro le puede proporcionar a un lector no significará más que un breve paseo para otro. Dependiendo de a quién se le proponga, o con qué bagaje cultural y predisposición se afronte, una misma lectura puede abrir puertas a nuevos senderos que dejen huella, o puede pasar inadvertida sin abrir ninguna ventana que deje entrar algo de luz.

En las ediciones críticas, cuando se amontonan referencias y acotaciones a pie de página, a veces se intenta conducir al lector por una única senda interpretativa, explicándole qué debe sentir en tal o cual momento, o a qué conclusiones debe llegar con las reacciones de tal o cual personaje. El riesgo de tal sobreabundancia informativa es que, en lugar de enriquecer el universo literario que propone una obra significativa, puede limitarse el insospechado alcance de su radio de acción, porque las pasiones y las emociones fuertes gustan de transitar por caminos no hollados con anterioridad.

Es el mismo error bienintencionado de aquel explorador que se aventura por territorio virgen, a solas con su suerte y sus intuiciones, y a la vuelta de su viaje, movido por la intensidad emocional o las dimensiones espirituales de las experiencias vividas, se apresura a publicar una guía – llámese “libro de viaje” – con la sana aspiración de facilitar a otros los mismos hallazgos paisajísticos, similares amaneceres y ocasos, parecidos peligros, idénticas epifanías. Por ese camino, se acabarían pintando marcas en las rocas y en los troncos de los árboles, estableciéndose rutas obligatorias que serían recorridas por los turistas de la lectura, quienes no seguirían el horizonte que les dictara el corazón con cada latido, sino el que les marcara el milimetrado itinerario que consultarían a cada paso.

Un viaje iniciático es para cada individuo una experiencia pionera, y, para ser auténtico, ha de ser siempre nuevo. No hay nada más artificial que esas guías del caminante que recomiendan rutas concretas por países extranjeros deteniéndose en recomendar determinados restaurantes, hoteles, bares, espectáculos o excursiones, documentando, además, diferentes menús, cocktails, programas, propinas o rutas hasta el detalle del porcentaje o el kilómetro equis.

Un conocido me pedía hace unos meses que escribiese mis recomendaciones acerca de los libros imprescindibles que todo buen lector debería conocer y disfrutar. Pero si se consideran los libros como las estaciones que uno irá transitando a lo largo de la vida, recomendar las mismas estaciones en un mismo trayecto nos llevaría a repetir el error de pensar que “lea-lo-que-yo-he-leído” equivale a “disfrute-como-yo-he-disfrutado”, o “viva-lo-que-yo-he-vivido”. Por eso, ese asunto de hacer recomendaciones de lectura nunca me ha parecido bien del todo. Además de tratarse de algo totalmente subjetivo, no encajable por lo tanto de un individuo a otro, de todas formas cualquier guía de recomendaciones quedaría incompleta.

Para añadir más dificultades a tan difícil empresa, reconozco humildemente que hay muchísimos textos y bastantes clásicos que no he leído, y no sería ético recomendar nada “de oídas”, porque parece ser lo correcto, por moda o cualquier otra circunstancia, sin juzgar yo mismo con mis propios criterios.

Precisamente trato de concienciar en temas relativos a la literatura para que cada cual pueda formarse criterios propios, pero la personalidad y el caudal de lecturas que puede caer en manos de cada uno es imposible de abordar. Cada lector puede y debe formarse su propia relación de imprescindibles, y en función de ella, podría hacer las recomendaciones pertinentes, aunque su lista sería diferente – no necesariamente mejor – a la de cualquier otro. Incluso sería diferente a su propia lista de recomendaciones si se esperara al paso de unos cuantos meses (¡y no digamos ya años!).

Permitidme, pues, queridos lectores, que en cuestión de viajes yo respete escrupulosamente la intimidad de vuestros respectivos interiores, que son, obviamente, responsabilidad exclusiva de cada uno de vosotros.

 

(fotografía: «El gran siglo». René Magritte, 1954)

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