El patrimonio histórico nos sirve para comprender de dónde venimos, esto es, quienes somos. Su presencia a lo largo del tiempo evidencia una permanencia necesaria de nuestra identidad, malagueña y marinera. Desde la divina Noctiluca fenicia hasta la popular devoción por la Virgen del Carmen que señorea nuestro litoral, todos nuestros recuerdos están íntimamente unidos a la mar.
Entre estos irrenunciables afectos se encuentra la silueta de los Astilleros Nereo, mediador de los igualmente entrañables Baños del Carmen y el castizo barrio de Pedregalejo. No interrumpe un paseo, al contrario, es un puente que une dos imaginarios mediterráneos. De un lado el balneario del eterno verano malacitano, mientras que del otro aguardan los legatarios de los cenacheros que pareciera se esconden tras las ascuas de los afamados espetos de sardinas. Oficios nobles, enclaves nobles.
Una ciudad es su presente, y Málaga se encuentra en apogeo museístico, gastronómico, cultural y, como siempre, turístico. Merecidamente, sin duda. Siempre visitada, soñada y vivida por gentes de muy diversa procedencia. El Mediterráneo es confluencia y hogar. Nuestra ciudad recupera su patrimonio, lo hace visible, conserva, restaura y muestra con legítimo orgullo. Entonces, ¿por qué zozobra Nereo?
Los Astilleros Nereo son un magnífico exponente del patrimonio histórico industrial español junto a las chimeneas que sin disonancia vigilan la costa hermanadas con las vetustas atalayas. Están vivos y mucho, gracias al dinamismo de Alfonso Sánchez Guitard, compañero de aulas en nuestra Universidad. El historiador ha mantenido, actualizado y relanzado este santuario de la Carpintería de Ribera, y lo ha hecho bien. Sostiene una lucha por mantener su integridad, y lo hace en nombre del patrimonio malagueño, es decir, de nuestra sociedad toda. Diseña, construye, restaura, en definitiva, recupera el acervo de las nereidas. De las ninfas marinas, hijas de Nereo, una es la sirenita meridional, que reposa en las agrestes y moduladas piedras que delimitan el astillero por el sur.
Cuenta con un departamento didáctico de sumo interés y carácter divulgativo, entre otras interesantes iniciativas culturales en servicio del bien común. Las réplicas históricas, desde los fenicios hasta al bergantín Gálveztown, se complementan a la perfección con su Ecomuseo etnográfico, medioambiental y de la navegación, abierto al público. No olvida la eficaz y generosa presencia en redes. Es decir, está vivo y merece vivir, sin amputaciones, sin laberintos legales que amenacen su integridad o supervivencia.
Decía el gran escritor mexicano Octavio Paz que la arquitectura es el testigo menos sobornable de la Historia. Su perfil debe seguir acompañándonos de tierra a playa. Y el poeta peruano César Vallejo clamaba por una Málaga sin padre y sin madre. Pero si la mar es su madre, el patrimonio es su padre. No podemos quedar huérfanos como malagueños, ya emprendimos la vereda de la virtud cívica que tanto ha engrandecido a Málaga recientemente. Nereo forma parte de nuestros recuerdos, sí, pero también de un presente material y emocional.
La ciudad del paraíso de Vicente Aleixandre oteaba el mar como la madera vieja lo resiste. Como la madera joven penetra en nuestras aguas ahora como hace miles de años lo hicieron los cedros del Levante. El patrimonio histórico es la herencia que nos queda en justo título, está protegido y ampara nuestra memoria colectiva y personal en un menudeo de recuerdos y paisajes. La Constitución española de 1978 prescribe en su artículo 46: “Los poderes públicos garantizarán y promoverán el enriquecimiento del patrimonio histórico, cultural y artístico de los pueblos de España”. Para la UNESCO, el patrimonio cultural es un producto y un proceso que suministra a las sociedades un caudal de recursos heredados del pasado para transmitir a las generaciones futuras en su beneficio. Rotunda defensa de los Astilleros Nereo.
Como malagueño, como historiador y como amigo, clamo por la defensa de Nereo, que es vindicación de nuestro pasado y presente. Desde la Universidad de Málaga y desde Casa América Málaga reivindico el patrimonio histórico y educativo de un espacio que nos pertenece y cuya permanencia no entorpece el desarrollo, sino que lo estimula. Los paseos marítimos ordenan el mar y son necesarios para armonizar su disfrute, pero las rocas y astilleros lo dominan ancestralmente. Finalizo tras mi alegato con una pregunta a quien corresponda, desde la más sincera súplica: ¿por qué no respetar el testimonio de un tramo vivo que cumple su función social? Somos razón histórica, en acertada reflexión de Ortega y Gasset. El territorio nos define como ciudad, el patrimonio nos enhebra como sociedad.
Jorge Chauca García
Universidad de Málaga
Casa América Málaga-SEAP
Enviado por José Antonio Sierra