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Microrrelatos

El milagro del agua oxigenada

El milagro del agua oxigenada

Por Rosa Mª Ballesteros García

Corría el año 1936 y un actor llamado Kaspar Brandhofer (1891-1946) se había convertido en la estrella de la escena alemana. Sin embargo, la tal estrella, tan ensalzada por los nazis, ni era ario, ni había nacido en el Tirol austriaco como quería aparentar: su verdadero nombre era Leon Moriz Reiss y había nacido en 1891 en una ciudad llamada Dolyma, en el suroeste de Ucrania. Cambiaría de nuevo otras dos veces de nombre, como más adelante veremos, en un camaleónico esfuerzo de adaptarse a las circunstancias y acuciado por los avatares que le deparó la vida. Esta es una de tantas historias en las que el ser humano elabora estrategias de supervivencia, y también un canto al ingenio, además de una profunda reflexión sobre la angustia en la que cualquiera puede verse inmerso ante el peligro de la falta de libertad y la inquietud por conservar la propia vida, tan presente en estos críticos momentos.

El joven judío Leon Moriz era un aspirante a actor cuando se alistó en el ejército austriaco[1] como soldado al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914. Cuando finalizó, había ascendido a teniente tras haber sido herido varias veces y condecorado por su valor. En 1916 se casó con Stephanie Wagner, con la que tuvo dos hijos. Acabado en conflicto retomó de nuevo su gran vocación: el teatro, donde se había iniciado en 1913 en la Universidad de Música y Artes Escénicas de Viena. Debutó en 1919 con la obra El rey Lear dirigida por un pionero del cine alemán: Rudolph Schildkraut (1862-1930)[2], también judío como él. Siguiendo su carrera ―con un nuevo nombre, esta vez germanizado: Leo Reuss― trabajó en Munich en una compañía fundada por Erich Ziegel (1876-1950), casado con la actriz judía Mirjam Horwitz (1882-1967). Ya actor consagrado, colaboró con personalidades como Berthold Brecht (1898-1956) o Erwin Piscator (1893-1966). Sin embargo, a su éxito profesional no le acompañó el de su vida privada: se divorció y volvió a casarse con una actriz alemana del cine mudo: Agnes Straub (1890-1941)[3]. El nuevo matrimonio fundaría su propia compañía en los años 30, una década ominosa en la que un austriaco de nombre Adolf Hitler (1889-1945), al frente del Partido Nazi, se había hecho dueño del país[4]. Acuciado por las leyes racistas y antisemitas ―entre sus prohibiciones estaban los matrimonios interraciales y las restricciones en el desempeño de ciertas profesiones― la pareja huyó a Austria, pero la larga mano del nazismo había llegado hasta allí, así que Leo, el actor, regresó y se dispuso a elaborar la única estrategia que le permitiría vivir en aquel caos: se recluyó en una cabaña del Tirol para estudiar concienzudamente el modus vivendi de sus habitantes hasta hacerse pasar por uno de ellos. En resumen, la estrategia del camaleón. Su nueva identidad la inició con un cambio de nombre: Kaspar Brandhofer, se vistió como los campesinos tiroleses y se dejó crecer la barba[5], que tiñó con peróxido de hidrógeno (vulgarmente conocido como agua oxigenada). De este modo un nuevo León, travestido como un verdadero ario, logró un papel en una obra basada en la novela Fräulein Else, cuyo argumento tenía como protagonista a una joven judía de clase alta. Pudo comprobar que su nueva personalidad era todo un éxito cuando el director de la obra, Max Reinhardt (1873-1943), también judío[6], y antiguo conocido, no le había identificado, como tampoco le habían identificado varios de los actores, también viejos conocidos, que intervenían en la obra.

Lo que resulta “paradójico” fue que este triunfo no lo pudo digerir. Los irritantes y continuos sacrificios “capilares”, la impostura por su falsa personalidad y, lo que es más significativo, el hecho de que la situación para los judíos empeoraba día a día, junto con tener que soportar la presión de vivir en el constante engaño ante los nazis acabo con esta situación, de forma que se armó de valor y desveló toda la verdad. Tuvo suerte, a pesar del escándalo. Quizás: “El mejor actor de su generación” o “La sensación de la noche”, como así afirmaba la crítica, o que los nazis lo consideraran como un ejemplo de la superioridad de la raza aria debió pesar en esa suerte. Lo cierto es que nuestro astuto Leo no se durmió en los laureles y, aprovechando que el magnate de la Metro-Goldwin-Mayer, Luis B. Mayer (1884-1957), de nuevo otro judío, le había visto actuar en Viena y le ofreció un contrato que Leo no dudó en aceptar: hizo sus maletas y emigró en 1937 a EE. UU.

De nuevo lo “paradójico”. Mejor dicho “asombroso”. Ya actor en Hollywood, y de nuevo rebautizado con el nombre anglosajón de Lionel Royce, los jerifaltes nazis, a través de su embajada, le hicieron llegar una oferta para dirigir la UFA (los estudios cinematográficos más importantes de Alemania). ¿Se trataba de un caramelo envenenado? Nunca se sabrá. Lo cierto es que la UFA perdió un buen número de sus estrellas por aquellos años: Fritz Lang y F.W. Murnau, Marlene Dietrich o Max Ophüls, pasarían a formar parte de la luminaria hollywoodiense y Leon, como muchos, no hizo caso de las promesas del Reich que le garantizaban ser declarado “ario honorario”.

Hasta 1946, año de su muerte en Manila, donde se había desplazado en gira para entretener a las tropas norteamericanas destinadas en el Pacífico, intervino en decenas de películas, entre ellas Confesiones de un espía nazi, dirigida por el también judío Anatole Litvak en el papel de militar nazi. De nuevo en películas como Nurse Edith Cavell y Pack Up Your Troubles (ambas de 1939), Undergrund (1941), Useen Enemy (1942), entre otras, volvió a dar vida a militares nazis. En 1946 intervino en la famosa Gilda, en un papel secundario y personaje alemán. Combinando cine, en 1939 se había incorporado a una compañía teatral llamada Continental Players, formada por actores huidos del nazismo, como él. Ente otros: William Dieterle, el ya citado Max Reinhardt, Charlotte Hagenbruch, Henry Blake o Edward G. Robinson. Muchos años antes, en 1923, dirigido por Robert Wiene, otro antinazi, había dado vida a Bartolomé, el apóstol, en la película muda alemana I.N.R.I.

Creo que fue Stephen Hawking quien dijo algo así como que la inteligencia es la habilidad para adaptarse a los cambios. Si esto es así, nuestro amigo León fue muy, pero que muy inteligente. Lástima que la suerte le durase tan pocos años. Es muy probable que sus peripecias le pasasen factura, y que estas fueran la causa de que estallara su corazón con un infarto mientras cumplía con la misión que había sido el motor de su vida: el viejo arte de los cómicos.

EL ATENEO LIBRE DE BENALMADENA

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rosaballesterosgarcia@gmail.com 

[1] Su ciudad, Dolyma, formaba parte entonces de la Galizia Austro-Húngara.

[2] En 1920 se instaló definitivamente en Estados Unidos y en 1925 fundó su propio teatro judío en el Bronx.

[3] Como dato curioso, la primera película en que Agnes intervino como actriz fue una adaptación de 1920 de El alcalde de Zalamea, de nuestro Calderón de la Barca, dando vida al personaje de “la Chispa”.

[4]Líder del Partido desde 1921, Hitler fue nombrado canciller en 1933, instalando a partir de aquí un sistema totalitario que liquidó las instituciones democráticas de la República de Weimar. Quedaba instalado, pues, el Tercer Reich.

[5] En alguna de sus biografías extienden el tinte a todo el cuerpo.

[6] Reinhardt, huyendo del nazismo, se exilió en Estados Unidos, donde siguió trabajando en cine y teatro hasta su muerte en 1943.

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