El autor del Cartero de Neruda cumple 80 años

A Antonio Skármeta (Antofagasta, 7 de noviembre de 1940) todo el mundo lo conoce por su novela El cartero de Neruda. La escribió en 1985 con el título de Ardiente Paciencia y con ella se convirtió – años más tarde- en un autor celebérrimo. Él y las casas editoriales la rebautizaron como el cartero de Neruda, tras su éxito en la gran pantalla con ese nombre.

La verdad es que cuando el director Michael Radford la llevó en 1994 al celuloide, la novela ya había sido traducida a quince lenguas, pero también es cierto que después de su estreno, la nómina de idiomas se duplicó rápidamente. La cinta fue galardonada con 25 premios internacionales, y en Hollywood, distinguida con cuatro nominaciones y el óscar a la mejor banda sonora. Una curiosidad es que Skármeta ( apasionado del Séptimo Arte) ya había dirigido en 1983 una versión cinematográfica de bajo presupuesto de Ardiente Paciencia. Otra, que regaló una copia de esa cinta a Plácido Domingo, cuando el tenor interpretó a Neruda en la adaptación operística que se estrenó en 2010 en Los Ángeles.

El cartero de Neruda narra la ficticia amistad entre el poeta y Mario, un joven empleado del servicio de correos, encargado del reparto en Isla Negra. Es una joyita literaria y una fantasía deliciosa. Y digo fantasía porque el Neruda real estaba lejos de la bondad prístina que destila el personaje skarmetiano. Pero eso es lo que hace grande la literatura: que nos permite trastocar en real aquello que soñamos que lo sea. En ese afán de engrandecer el espíritu humano, Skármeta  también escribió para niños y jóvenes. La composición (fechado en los finales de los sesenta) es su pieza más conocida y premiada. Aborda el represor clima de la dictadura militar. De este libro dijo me gustaría que fuese leído como ua fantasía, la alegre ficción de un poeta que inventa una historia donde la inteligencia triunfa sobre la estupidez, aun si el poeta sabe que en la realidad la estupidez ha triunfado a menudo sobre la inteligencia.

Si busca en internet fotografías de Antonio Skármeta, le será difícil dar con una en la que no sonría. Le sobran los motivos para mostrarse risueño. Su buen hacer y la fortuna han iluminado todas sus apuestas profesionales: ejerció brillantemente de profesor en las universidades de Chile y Berlin Occidental (en esta, durante su exilio tras el golpe militar de Pinochet). Como escritor de novela (Soñé que la nieve ardía, La insurrección, El baile de la Victoria, Mathball, Los días del arcoiris…), su nombre es junto al de Neruda e Isabel Allende, uno de los más conocidos de la literatura chilena. En calidad de guionista de cine, mantuvo durante el exilio una fructífera asociación con el cineasta alemán Peter Lilienthal y juntos llevaron a la pantalla muchos de sus cuentos y novelas, eso sin mencionar que él mismo actuó en cinco películas. Ya en la democracia, Skármeta presentó durante 10 años El show de los libros, un programa de la televisión chilena que mereció incontables premios. Luego, en paralelo con la presidencia de Ricardo Lagos, fue embajador en Alemania entre los años 2000 y 2006. Y cuando creíamos que ya lo había hecho todo, puso letra a las melodías de bossa nova de artistas como Toquinho y Killy Fretaid, y al proyecto musical de la compositora y soprano Pamela Illanes-Tatsuoka.

Volviendo a su faceta más definitoria -la de escritor- sobre él se hace evidente la impronta carismática de Neruda. Skármeta es un romántico empedernido, “de profesión: enamorado”. Sus personajes -en permanente crecimiento interior- lidian con los acontecimientos políticos a los que el devenir histórico les expone (su compromiso con la democracia ha sido una constante). Toda su narrativa se encuentra atravesada de la poesía y la esperanza nerudianas. Es un narrador de imágenes, y su prosa -lucida y musical- se encuentra embebida en lirismo… pero también en humor. Lo suyo es la “poética de lo cotidiano”, de suerte que sus cuentos y novelas se hallan trufados de tensión entre lo grande y lo pequeño, entre lo culto y lo popular, entre la subcultura y la gran cultura. Junto a metáforas sublimes (en las que también resuena San Juan de la Cruz) Skármeta nos yuxtapone con desparpajo el habla popular. Gusta de la ironía para dar cuenta del lado paradójico que en ocasiones ofrece la realidad. 

Estoy persuadida de que ese enfoque de atención a lo pequeño está ligado a la singularísima y paradojal manera en la que, como lector, Skármeta se acercó a la gran literatura… de niño era adicto a los melodramas radiofónicos, que como corresponde al género, siempre se interrumpían en el momento cumbre y le mantenían en estado de ansiedad hasta el día siguiente. A espaldas de sus padres, acudió a ver la versión teatral del culebrón de moda. Se había enterado de que daban la obra completa y, consecuentemente, resolvían en una sola jornada todos los “enigmas”.  Al término de la función solicitó un autógrafo a los actores. El protagonista masculino le dijo ¿en serio te interesan estas boludeces, pibe? Esto lo hago yo para ganarme unos mangos. No tomes estas macanas al pie de la letra. Lee a Shakesperare, a Chejov, a Ibsen. Hacéme caso. Y él, se lo hizo.Vive rodeado de sus autores favoritos, de las últimas novedades, pero sus autores de “última pestañada” son Shakespeare y Cervantes.

Es desde 2015 miembro de la Real Academia de la Lengua en Chile y un autor distinguido con infinidad de galardones, de los que solo mencionaré Premio de la Américas (1968); Planeta (2003), UNESCO de Literatura Infantil (2003), Medalla Goethe (2002), Premio Nacional de Literatura en Chile (2014), Caballero  de la Orden de las Artes y las Letras en Francia, Comendador de las Artes y Letras en Italia… Son tantos los honores que aburre enumerarlos, así que no lo haré porque Skármeta es cualquier cosa menos aburrido.

En unos días inaugurará la octava década de su existencia. El lector no siempre es consciente del esfuerzo anímico que representa construir una novela, del desgarro intelectual y emocional que supone levantar un universo, del jirón de vida que el autor nos entrega. El lector es egoísta y siempre espera  algo más. A algunos nos gustaría recibir «nuevas» de Skármeta, pero las mejores que puede darnos es seguir sonriendo ochenta años más.

 

 

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