Recordando a Frank Herbert, Frank de Dune, en el centenario de su nacimiento

Si usted ha probado a caminar sobre dunas, sabrá lo mucho que cuesta avanzar en ellas. Recuerde que al pueblo elegido le demoró cuarenta años atravesar el desierto. Pues bien, a Frank Herbert (Tacoma, Washington 8/10/1920 – Madison, Wiscosin, 11/2/1986) le llevó seis la redacción de Dune. No podía ser menos, tratándose de una compleja epopeya, cuya acción transcurre principalmente sobre la vastedad arenosa del planeta Arrakis. La verdad es que Dune es mucho más que una epopeya, es ante todo, una cosmogonía. Los caldos densos no se improvisan, oiga; se cocinan a fuego lento. Y el de Dune tiene substancia (melange), tanta que se convertiría en una saga con infinidad de secuelas y hasta con precuelas póstumas. Pero como eso (no) es otra historia…lo mejor es que vayamos por partes

Todo empezó en 1958, cuando la revista en la que Herbert trabajaba le encargó un reportaje sobre la plantación de pastizales con los que el Departamento de Agricultura  pretendía detener el avance de las dunas en la ciudad costera de Florence (Oregón). Herbert sobrevoló la zona en avioneta y quedó atónito ante el espectáculo: las dunas se movían…y en su desplazamiento paulatino habían invadido viviendas y puesto en peligro a familias enteras. Aquella pugna entre civilización y naturaleza le obsesionó y comenzó a investigar, a leer aquí y allá y a sumar informaciones que excedían las necesarias para el artículo. Se le agotó el plazo de entrega sin una sola línea escrita, pero aun así continuó con la cabeza enterrada, no ya en las dunas de Oregón, sino en Dune, una novela épica y ecosistémica, cuajada de intrigas políticas y de reflexiones sobre el poder (y sus vicios, en especial la corrupción y el mesianismo) y la degradación medioambiental. Una obra compleja y seductora, abundante en ecos del psicoanálisis jungiano, del budismo Zen y de la mística sufí. 

El protagonista, Paul Atreides (casi un trasunto de Laurence de Arabia) es un noble enfrentado al emperador de la galaxia y al muy villano barón Vladimir Harkonnen (cuyo perfil cuesta hoy la acusación de homófobo a su autor). Paul, que adoptará el nombre de Muad’dib, lidera a los nativos del árido Arrakis -los Fremen  dedicados a la preservación del agua (escasísima) y a la recolección de las defecaciones de unos gusanos descomunales. De ellas se obtiene la especia o melange, una droga que  además de alargar la vida del consumidor adicto, es clave en el desarrollo de los viajes de la Cofradía Espacial y en los rituales de iluminación interior y desbloqueo de la memoria genética de las Bene Gesserit, mujeres que en el universo duneano conforman una casta sacerdotal (de inspiración jesuítica, según los “exégetas”más avezados. Dune es una novela de culto).

En esa creación cosmogónica, que fascinó a A.C. Clarke, Frank Herbert sumó casi mil páginas legendarias que andando lo años, influirían en el cineasta George Lucas (Star Wars) y en el escritor George R.R. Martin (Juego de tronos). En 1964 las publicó fácilmente y por entregas en la revista Analog. Sin embargo, cuando quiso hacerlo en forma de libro convencional, veinte editoriales la rechazaron por ser “demasiadas páginas para el género de ciencia ficción”. Sucedió que un lector de Analog, informado de esas vicisitudes, decidió afrontar el reto de publicarla. Dirigía una editorial especializada en manuales de reparación de vehículos, pero entusiasmado con “Dune”, se lió la manta a la cabeza y puso ruedas a la novela. Esta despegó enseguida, galardonada con los Nebula y Hugo Awards de 1965 y 1966, respectivamente.

En 1976, el productor Dino de Laurentiis se hizo con los derechos de Dune y David Lynch la llevó al cine con mala cosecha de críticas. Como es probable que usted haya visto el largometraje, no me detendré en él y sí en uno que nunca vimos, sencillamente porque a última hora no fue filmado. Me refiero a la ambiciosa versión de Alejandro Jodorowsky y el productor Michel Seydoux. Le dedicaron cinco años y comprometieron a Pink Floyd para la banda sonora, a Moebius para la dirección artística  y a H.G. Giger (Alien) para los decorados. Ente los actores figuraban Mick Jagger, David Carradine, Orson Wells y el propio Dalí (sería el emperador). Una pasada, ha dicho mentalmente, no lo niegue. Lo malo es que en Hollywood querían una producción de dos horas máximo y Jodorowsky pretendía doce (otra pasada). Afortunadamente en breve, se estrenará la adaptación en dos partes que ha hecho Denis Villeneuve con Timothée Chamalet  en el papel de Paul Atreides… ya veremos

Dune, por su monumentalidad, eclipsó otros trabajos literarios de Herbert (El dragón en el mar, Los sacerdotes de Psi, Estrella flagelada…), sobre todo porque él mismo se encargó de hacerla elefantiásica. Con El Mesías de Dune e Hijos de Dune conformó una trilogía, a la que añadió Dios emperador de Dune, Herejes de Dune y Casa Capitular Dune. A su muerte, utilizando el material inédito de Herbert, su hijo Brian y Kevin J. Anderson continuaron con Cazadores de Dune y Gusanos de Arena de Dune, junto a dos trilogías de precuelas a partir de material inédito del propio Frank Herbert. Ya ve, la factoría Dune estira su vida igual que un consumidor de melange.

Es una lástima que melange, la especia geriátrica duneana no exista. De lo contrario, hoy seguiría con nosotros el hombre que la destiló en su imaginación prodigiosa. Lamentablemente falleció a los sesenta y cinco años de complicaciones pulmonares tras ser operado de un cáncer de páncreas. En homenaje a su figura diré que fue un niño pobre e infeliz, hijo de padre y madre alcohólicos (se fugó de casa y se marchó a Salem a vivir con unos parientes). A los ocho años supo que sería escritor y a los doce ya había leído las obras completas de Shakesperare. Era inteligente y voluntarioso, creativo y muy trabajador. Durante la segunda Guerra Mundial sirvió como fotógrafo en la Armada. Antes y después de su paso por el ejército tuvo numerosos y variados empleos, incluido el de pescador de ostras. Durante bastantes años fue periodista y conoció muy de cerca a la clase política (de ahí su cuestionamiento de los líderes personalistas y su apuesta por la autosuficiencia ecológica frente al mesianismo). Finalmente, tras el éxito de Dune y sobre todo, tras la venta de sus derechos para el cine, logró materializar  su vocación genuina y sueño de infancia: ser escritor a tiempo completo. Desde entonces vivió por y para la literatura. También fue un auténtico Fremen; durante  sus últimos veinte años de existencia produjo su propia energía y alimento. Antes de eso, había pronunciado conferencias por toda la geografía estadounidense sobre la importancia de frenar la degradación medioambiental. Con su forma de vida demostró que no era un huero ecologista de salón, sino un activista comprometido.

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