Titivillus, el diablo de los errores

En el Monasterio de La Huelgas en Burgos existe un cuadro atribuido a Diego de la Cruz, titulado Virgen de la Misericordia con Los Reyes Católicos, al que debería prestar atención porque en él figura un personaje que a usted, a mí y a todos nos enreda la vida. Se trata del demonio Titivillus. No tiene más que posar la vista sobre el hombro de la Virgen y allí en la lejanía -como quien no quiere la cosa-  lo verá brincando con un alijo de libros a la espalda.

Titivillus era (es) el  demonio encargado de fastidiar a escribas y a escritores y lleva con la Humanidad desde la Edad Media. Continúa en la actualidad cumpliendo su labor, con la diferencia de que en nuestros días se le ha multiplicado el trabajo y fastidia a mucha más gente .

Titivillus era de la estatura de un chiquillo, negro como la pez, y siempre hambriento de erratas. Provisto de un saco y de aviesas intenciones penetraba en los scriptoria para malograr el trabajo de los copistas. Se acercaba sigiloso, cual ave nocturna (fíjese en sus pies: son de rapaz) hasta la afanada víctima y con su narizota zaína le derramaba el tintero, le meneaba la diestra o le apagaba de un resoplido la vela. Entre las perturbadoras artes de Titivillus figuraba la de desviar la atención del escriba y hacerle cometer errores u olvidos que, además de restarle prestigio profesional, habrían de alargarle su estancia en el purgatorio. Titivillus echaba todos esos “accidentes” en el saco y los bajaba a diario al infierno. Allí los acumulaba metódicamente en casilleros individuales para usarlos contra el infortunado copista en el juicio final. Bastantes de esos yerros en forma de sílaba equivocada o de vocablo omitido han sido arrastrados secularmente de copia en copia para satisfacción demonil de Titivillus, que en su insaciable hambre de errores también los provocaba de aire, es decir de palabras no escritas, sino pronunciadas. El acechante Titivillus estorbaba la lengua de los sacerdotes durante los oficios religiosos, la de las monjas durante sus rezos o la de cualquier persona que en una actividad piadosa necesitara mover la húmeda. Titivillus, siempre al quite (“aliquindoi” decimos en Mágala) se encargaba de impedirle la palabra justa y ponía, en su lugar, la equivocada.

Al psiquiatra Sigmund Freud le preocupaban tanto los errores escritos –lapsus calami- y los  errores orales –lapsus linguae- que les destinó una obra titulada Psicopatología de la vida cotidiana, en la que se empeñó en demostrar que esas perturbaciones de la expresión provenían de nuestro oscuro inconsciente. De un inconsciente donde el oscuro Titivillus -matizaría yo- comete sus embrollos y fechorías. Es curioso que Titivillus sea un demonio renegrido y con patas de animal; su color simboliza lo ignoto u oculto de nosotros mismos, y los pies en forma de garra, la parte animal e indómita de nuestra psique.

Si considera superada su relación con Titivillus y no le guarda rencor por las veces que le obligó enmendar con tipp-ex sus apuntes mecanografiados o a rehacer las láminas de la asignatura de dibujo técnico (sí, estaba allí mientras usted sufría con la tinta china y el tiralíneas), intente ahora  perdonarlo por las veces que en su ordenador personal desaparecen archivos completos o su procesador de texto no le guarda los cambios. ¿De verdad puede?

Mi consejo es que no caiga en el buenismo y se mantenga en guardia mientras usa WhatsApp u otras aplicaciones de mensajería, porque le garantizo que es Titivillus quien manipula a su  capricho el corrector automático y la función de dictado de texto. Como ya casi nadie cree en el purgatorio, él disfruta haciéndoselo vivir cada vez que envía por error un mensaje equívoco a alguien que no debería recibirlo… Y lo más perturbador no es eso, sino que aunque usted vacíe sus chats, estos quedan metódicamente archivados en casilleros individuales en algún lugar inconcreto de la globoesfera. Intuyo que si alguien se tomara la molestia de subirlos (recuerde que Titivillus previamente los bajaba) sería para que sumen en su contra. ¿Todavía no me cree?

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