El futuro se impondrá a los nuevos fascismos

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Por Sasha Volkoff

El auge del neofascismo en Europa lleva ya varios años, desde el Frente Nacional francés, que fue quizás el primero en cobrar relevancia, hasta el reciente despunte de VOX en España, pasando por los gobiernos de Hungría o Polonia, o el más reciente en Italia. Para colmo de males, el mal ejemplo ya se ha extendido a América, siendo punta de lanza el Brasil de Bolsonaro y los EEUU de Trump.

Frente a esta situación, mucha gente se siente, legítimamente, muy preocupada. No es para menos, ya que estos partidos hacen propuestas que son más propias de la Edad Media que del siglo XXI. Por poner el ejemplo que mejor conozco, VOX propone defender a los cazadores y a los toreros, mientras que quiere echar a todos los inmigrantes (ilegales de momento) y quitar protección a las mujeres y a los colectivos LGTB.

Algunos activistas progresistas llaman a resistir o combatir el fascismo. Yo me pregunto cuál es la causa de este auge, porque si no lo comprendemos, tampoco podremos levantar alternativas válidas.

Desde mi punto de vista, este auge es en realidad el síntoma que demuestra que hay un cambio civilizatorio planetario en marcha. Lógicamente, ante un cambio de tamaña magnitud, mucha gente se siente atemorizada. El futuro no está ni mucho menos claro, y las instituciones que otrora ofrecían cierta referencia (sobre todo los partidos y movimientos políticos) no saben hacia dónde orientarse, además de sufrir un gran desprestigio. Los neofascismos son el intento de poner orden frente al caos que representa todo cambio. En esta etapa de la humanidad, cuando el proceso de mundialización ya ha superado las divisiones políticas y geográficas, el cambio que se está incubando es muy profundo, y consecuentemente la reacción también es fuerte.

Este neofascismo actual es la versión occidental del radicalismo islamista que ha ido cobrando fuerza desde finales del siglo pasado. Ambos dicen combatirse entre sí, pero en realidad usan las mismas armas y tienen las mismas propuestas, sólo que unos son de un color y los otros de otro. En ambos casos se trata de intentos desesperados por evitar lo inevitable, por poner un orden artificial en una crisis de la cual, no hay ninguna duda, saldrá una humanidad mucho más fortalecida, solidaria e igualitaria. La civilización planetaria avanza hacia la justicia, el amor y la compasión, pero todo cambio tiene su precio.

En este caso, se trata de deshacerse de los viejos ropajes producto del racionalismo moderno, heredado de la revolución francesa, para avanzar hacia una nueva organización social, más justa y descentralizada, a nivel mundial. Así, por un lado, tenemos al poder de turno que busca conservar lo que tiene, y de paso obtener más si puede, y por otro tenemos a un sector importante de la población, completamente abandonado por las instituciones, empobrecido, atemorizado por un futuro que dice que habrá cada vez más movimientos migratorios y cada vez menos trabajo (por causa de la bendita automatización). Buena parte de esta población quiere creer las promesas de los nuevos fascistas y (de momento) los apoya, mientras que de parte del poder, un sector los combate por temor a perder privilegios, mientras que otro sector los apoya, porque al final saben que acabarán favorecidos (y porque también comparten los temores antes expuestos).

Pero los nuevos fascismos no podrán resolver nada, y llegará un momento en que ya no tendrán a quién echarle la culpa; entonces, las poblaciones los irán abandonando paulatinamente. Además, están combatiendo contra un proceso histórico que seguirá avanzando, pese a las dificultades. Los derechos que las mujeres van consiguiendo se irán consolidando y ampliando, la libertad sexual se irá propagando, la automatización nos irá liberando paulatinamente del yugo del trabajo alienante.

Sintetizando, hay un gran proceso mundial de cambio en marcha, y será muy positivo para todos. Lamentablemente, frente a esto hay una oleada de conservadurismo que pretende frenar las ruedas inexorables de la historia; esta oleada está abocada al fracaso, pero por el camino causará dolor y sufrimiento. Combatamos a los adalides del pasado, pero sin perder de vista que el futuro es del ser humano, que superará estos “inconvenientes” pasajeros para continuar con su liberación de las condiciones de origen.

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