“El Neoliberalismo se ha convertido en un estilo de vida", Pierre Dardot

“El Neoliberalismo se ha convertido en un estilo de vida, en mucho más que una ideología o política económica”

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Conversamos largamente con el filósofo francés Pierre Dardot, que sostiene que si no se entiende cómo funciona el Neoliberalismo, no se lo puede resistir ni superar. Que es necesario reconocerlo permeando las distintas actividades humanas, influyendo mucho más allá de los sistemas económicos que reducen las funciones del Estado y recortan los presupuestos de las políticas sociales, privatizando los servicios y los recursos naturales, para irse extendiendo con sus formas individualistas y competitivas hacia los ámbitos de la cultura e incluso de los vínculos interpersonales, imponiendo conductas. La lógica del mercado se va extendiendo mucho más allá de los límites de la esfera estrictamente económica para convertirse en un conjunto de prácticas que se expresan en todos los ámbitos de la existencia humana. Impregna incluso la subjetividad y configura un estilo de vida, de modo que el individuo se va considerando a sí mismo como una suerte de “capital humano”, como una pequeña “empresa” en la que se dan las reglas de la competencia aún contra uno mismo. El Neoliberalismo actualmente es entonces una forma de sociedad e, incluso, una forma de existencia, que pone en juego nuestra manera de vivir, las relaciones con los demás y la manera en que nos representamos a nosotros mismos.
Junto a Christian Laval, sociólogo también francés, Pierre Dardot retoma los planteamientos de Michel Foucault para emprender una reconstrucción de la historia y del presente que termina vertiendo en uno de sus libros: “La nueva razón del mundo”. Su obra más reciente, ya traducida al Español y publicada por Gedisa, se llama “Común”. En ella analizan las luchas que proliferaran a partir del 2011 (el 15M español y la acampada en Plaza Sol, el fenómeno de la Plaza Taksim en Istabul así como el de los Occupy Wall Street que se instalara en Zuccotti Park, etc…) por diversas partes del mundo en sincronía y advierten que se va dando la constante de “lo común” como el factor a rescatar y sobre el cual se podría llegar a sustentar una alternativa política para la próxima forma revolucionaria, la del siglo XXI.
Estas prácticas son modos de resistencia activa a la lógica del Neoliberalismo; formas cooperativas y colaborativas de educación, producción, consumo, incluso hábitat que surgen en lugares diversos (agricultura, arte urbano o nuevas tecnologías), con sus especiales prácticas democráticas que emergen de la lucha misma y buscan descentralizar el poder en asambleas, comunidades activas en formación e interrelacionadas a través de Internet y las redes sociales. En cada una de esas plazas, por el tiempo en las que fueron ocupadas, el compromiso voluntario logró darse una práctica colectiva democrática como único medio para que los individuos pudieran vivir al abrigo de presiones económicas, mercantiles, de presiones competitivas y de las obsesiones por tener “siempre más”. Fue la manera que se encontró para convertirse en auténticos “sujetos democráticos”. En el caso de España, una vez levantada la acampada de Sol, esa sensibilidad se extendió – como una piel – a muchas otras plazas, arraigando en los barrios.
Independientemente de lo que ocurrió después, en esos ejemplos concretos de lo vivido en las plazas se anticipó el futuro, reafirmando que esas formas alternativas que se expresan en la política, la economía, lo cultural, son inseparables del objetivo global que se busca y que es la transformación radical de la sociedad. Esa lógica, esa racionalidad alternativa, no es sólo crítica o un modo de pensar de oposición, sino sobre todo es una forma creadora porque plantea, en la práctica y en cada ocasión de modo específico, la cuestión de las instituciones democráticas que es necesario construir para conducir juntos una actividad cualquiera. A esa lógica la llaman la “razón de lo común”.
Se trata de una razón política y de una forma de conducta que ya no está basada en la competencia, que escapa al estilo de vida Neoliberal, porque en ella prima – como intangible – la fraternidad y se sostiene en el sentido profundo de lo “común”, como principio político, en el que no hay más obligación que la que procede de la coparticipación en la deliberación y la decisión colectiva.
Si observamos bien, se trata de nuevas prácticas de democracia real, de una praxis instituyente, en el sentido de que organizan un nuevo modo de relación y lo instalan. Prácticas instituyentes que superan al Neoliberalismo instalando en las conciencias y en el campo social realidades nuevas, impensadas anteriormente. Instituir no es crear desde cero ni tampoco es institucionalizar. Es reconocer y dar existencia a algo que ya existe, es transformar lo que existe.
Creemos que la creación de instituciones comunes, la coordinación democrática sin centralizar y la transformación de las instituciones existentes, podría acercarnos a una noción de “política” que tome un sentido distinto, que se acerque a la de una igualdad al tomar parte en la deliberación y la decisión por la cual las personas se esfuerzan por determinar lo justo. La co-producción de normas o reglas que compromete a todos los que participan en una actividad. Así podríamos reconectar con la idea aristotélica de la política.
La lucha por la emancipación excluye sin duda a las figuras de estrategas y élites que deciden a partir de una posición de superioridad la elección de los medios a poner en práctica. Pero es necesario tener objetivos y diseñar tácticas. El asunto es cómo se lleva a cabo una actividad así, mancomunada, horizontal, arraigada y coordinada. Es preciso romper con la lógica de que algunos son los “representantes” del pueblo. La organización política del porvenir debe renunciar a “representar” a la mayoría, pasando a una democracia directa. Debe más bien actuar favoreciendo la convergencia práctica de las resistencias en los sectores de actividad más diversos, es decir, la construcción de lo “común” verdaderamente transversal que procede de una co-actividad y de una co-participación.
Por: Pía Figueroa

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