Mi amor 007, por Eugenia Carrión

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En mi crucero a Jamaica el agente 007 se enamoró de mí. Sé muy bien lo que estáis pensando que me creo una diva o que lo que quiero es que vosotros lo creáis. Pero no, lo que les contaré es la pura verdad. Nuestro amor comenzó en la cena de bienvenida, la misma noche en que apareció el cadáver de un chino en mi camarote. Jamy estaba sentado junto al capitán y frente a mí, criticaba los últimos descubrimientos de la tecnología aludiendo a que en los setenta ya tenía en sus manos aparatos que ahora se anuncian como novedades. Le discutí: “Sr. Bonn, tendrá que reconocer que para el resto de los mortales nos resulte admirable que se pongan a nuestro alcance aparatos que nos hagan la vida más fácil”. Jamy le pidió al caballero que tenía a mi derecha que si le importaba cambiar el asiento y me mostró en su reloj imágenes instantáneas de un amanecer en la muralla China. Le comenté que en mi próximo viaje me encantaría visitar el Tíbet, que desde niña sueño con pasar en un monasterio mis últimos días. “Bueno, jovencita, para que llegue ese momento aún queda mucho”, me interpeló con un guiño. “No tanto, Sr. Bonn, ya rondo los sesenta”. “Pero eso es del todo imposible, no aparenta más de treinta, ¿usted no me engaña?” Le expliqué que sólo me había hecho dos liftins. Por un momento sentí que inspeccionaba mi escote y creo que me ruboricé. Tratando de disimular le enseñé mi medalla de la Virgen del Pilar que lleva mi fecha de nacimiento y nombre grabados. “¿Usted? ¿No irá a decirme que es usted la viuda del general Carlton?” Le respondí asintiendo. Él se estiró la palomita que llevaba al cuello y añadió: “De entre todas las mujeres que han embarcado esta tarde, ¿tenía que ser usted Pilar Camuñas? ¡Buscaba una anciana!” Le pedí que me explicara que cómo sabía todo eso sobre mí. Jamy me cogió una mano debajo de la mesa y la acarició. Yo la retiré al instante. Me dijo que tenía que hablar conmigo y me pidió que saliera con él a cubierta que estaba en peligro. Un temblor me recorrió el cuerpo y como con un resorte me levanté aún con la boca llena del mousse de chocolate. Me agarré con fuerza a la barandilla intentando evitar que notase que temblaba aunque la brisa era cálida. Me sujetó por un codo y me avisó de que había una trama para implicarme en un caso de alta traición, que el general me había denunciado a la Interpool y a la CIA, y que había pedido que me investigasen a fondo. Casi me desmayo del susto y gracias a que me sujetó por la cintura no me derrumbé. Comencé a caminar a mi camarote sin saber que él me seguía detrás, y al abrir la puerta vi sobre mi cama al chino. Se me escapó un grito y él empujándome dentro, cerró la puerta. A punto estuve de dar otro grito que él de inmediato evitó tapándome la boca con una mano mientras movía la otra en el aire como indicando que me calmase. Antes de liberarme, me preguntó si ya me sentía más tranquila. Negué con la cabeza y me besó. No voy a decir que la situación fuese la más romántica, pero cómo besa mi Jamy. Si el amor tiene sabor es el de sus labios. Por un momento hasta olvidé que había un hombre en mi cama y cuando el sedante beso me calmó le pregunté a Jamy si sabía quién era y qué hacía en mi camarote. Se acercó a inspeccionar al chino, le tomó el pulso y dijo: “El general no es trigo limpio. Lo mejor será deshacernos cuanto antes de este cadáver”. Jamy me preguntó si me sentía capaz de quedarme a solas con el chino unos minutos mientras él iba a su camarote por un concentrador. Le respondí que no y me aconsejó que le acompañase. En el camino tuvo que besarme un par de veces. La primera tras encontrarnos con el capitán vomitando por la borda y la otra después de cruzarnos con dos chinos que me parecieron hermanos gemelos del que yacía sobre mi cama. En su camarote sacó de un maletín una especie de móvil circular y sentados en la chaise longe me explicó su funcionamiento. Era un aparato capaz de reducir cualquier cosa a la cuarta parte de su tamaño, y añadió que así podríamos tirar al chino por la borda sin llamar la atención del pasaje. Lo que ocurrió luego no lo sé. Sólo recuerdo que amanecí en una playa reducida a la altura de una yorkshire con mi bolso colgado del cuello, creo que eso fue lo que me salvó. Me colé en una confortable habitación del Holiday Inn y me tumbé a descansar mientras veía la televisión. En la BBC informaron de un barco que había sido reducido a la cuarta parte con todo su pasaje entre el que se encontraba el agente secreto 007. Todos habían sobrevivido, salvo una mujer que se daba por desaparecida y el responsable del atentado, un hombre de nacionalidad china, que según las fuentes policiales era el jefe de una trama que pretendía reducir a toda Europa a la cuarta parte. Mi Jamy aparecía junto al locutor sentado en un taburete alto y sostenía una pancarta con un número de nueve dígitos, debajo leí: “Llámame”. Supongo que será una contraseña. ¿Será el número de su móvil? Le he dado muchas vueltas a lo que ocurrió y creo que nunca debí ponerlo a prueba. Me parece recordar que tras pulsar el botón y salir despedida al mar, Jamy se lanzó a rescatarme pero una ola nos separó… Dijo la verdad, el concentrador era capaz de reducir cualquier cosa, excepto el amor. ¿Le llamo?
007 Contra el Doctor No
En mi blog Del libro Viajes Imaginados, de Eugenia Carrión

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